Hace tiempo que arranqué el corazón y nadie ha sabido de su destino. Ahora los ojos lloran cuando se acuerdan y pueden, sólo por un dejo de añoro. Las lágrimas no se encuentran liadas a una afectación provocada desde los sentimientos. Sólo les ha quedado secretar por la ausencia, la oquedad, lo que no era. No me encuentro, dónde te dejé. Razón. No puedes vivir sin él (sic.). ¿Será por eso que la cavilación se vuelve más tortuosa y burda? Tiempo. Una variable más de reptar avance. ¿Pérdida u otra forma de alcanzar los lazos entre ambos? Corazón con razón. Razón del corazón. Y lo que era bidimensional ahora sólo se cree de una sola pieza ¿dónde estás?
¡Venga la artillería! ¡Tomad los estandartes! ¡Resolver la afrenta! La estratagema reclama. Allá vamos de nueva cuenta. Alistados los sentidos. Ocultas las sensaciones. Sólo una dura actividad, la de pensar. ¡Oh!. La ensoñación ha ganado esperando sus encantos. Lo que es, siempre una revolución manifiesta, allá en el campo donde chocan las terminales del espíritu conexas con los términos de la materia que dan origen al pensamiento. Ella ha triunfado. Érase que no eran sólo simples caprichos. Cantad los Himnos.
No hay sensación. Si fatiga. La mirada continúa clavada en el cielo. Una faena: dejarse encandilar por el fulgor. No es suficiente. No hay esplendor parecido en los mantos elevados al de ese par hermosos. Podría afirmar categóricamente que no se han visto en eones destellos como los emanados por esos preciosos. Sigo plantado aquí desde el no me acuerdo, pero a ellos no los dejo de atesorar, no como memoria, sí como el alma misma. Aquéllos que se posaron en la conjura del espíritu, en la creación de lo primoroso, sus acentos curvilíneos denotan la expresión de todo un cosmos. Pasarlos por alto era imposible. Es, que ahora, son razón de elucubraciones. Lo que es la oportunidad de saberte. He asistido a lo que es, lo que antes no era.
Me fallaste madrugada. Cuando volteé la mirada nadie estaba. La condición de lo humano que siempre había sido acentuada por su empuje, su bravía, ganas de comerse al mundo, y por supuesto, atada con los valores y virtudes de lo más compasivo, abandonó la ocasión. Cobardía. Duro golpe. Como si los ideales que siempre se habían vanagloriado hubiesen dado vuelta, a la vez que hundían una punta de metal hirsuto, filosa, lacerante. Lejos de toda misericordia y piedad por lo mínimo de lo llamado sentimiento humano. Ahora inquiero si podré arrojar la primera piedra. Si no he faltado a esas valías por una cortedad. Raza te odio. Te condenaste cuando decidiste abandonar el paraíso. Creo, a veces, entender al UNO. Y erase que no era la madruga, sino era la condición humana. Fallaste.
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