Despiertas, la luz oblicua perturba la oscuridad que te arrullaba. Te enderezas. Tomas el recipiente con la mano derecha, pretendes beber cada gota del líquido que contiene. El aire es escaso. Preguntas quién lo estará mitigando o dilapidando de ese modo. Replanteas la idea: quién o quiénes más estarán en el lugar que hacen reflejar ese menoscabo. Te recuestas. El sueño comienza a exigirte. Vuelves a cerrar los ojos queriendo encontrar sosiego en la oscuridad, evitas cualquier rastro de luz, la despejas con el simple movimiento de tu brazo. Demasiado tarde. El ensueño te envuelve mientras tu cuerpo vuelve a pedirte con apremio que tienes que jadear más aire. Entonces la sorpresa. Intempestivamente consigues levantarte, azorado por aquella sensación de haber olvidado lo trascendente, tareas inaplazables. El recuerdo llama a la testa. Ahora comprendes todo, sabes porque hace tanta falta el aire en esa habitación. Recreas la luz fijando tan sólo tú mirada y con ella asistes a su encuentro. Ahí están, ellos, que no dejan de atesorarte en tanto te asfixian halando la mayor cantidad de aire posible. Demasiado tarde. Lejos del espejo y de toda conjura caes en cuenta que no era la serenidad de tu lecho, sino era estar más allá de la vieja ὄνειρος, trasladado por la incansable succión de ellos.
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on martes, julio 14, 2009
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