Otra vez de espejos y caricias, superficies lisas y frescas que intentas violentar, pero sin dejar rastro alguno del uso de tu fuerza. Tus ojos, par de fulgores que se van quemando mientras esperas derretirte al seguir restregando la faceta del espejo, augurio de la traslación más allá de las realidades. Una vorágine de visiones se entremezclan, del futuro y del ayer, de lo que eras y de aquello que creías ser, hasta de eso que serás y crees que eres. La búsqueda apremia. La sumersión hacia lo que sigue es el único anhelo presente, urgido de encontrarte en aquella orilla, porque donde permaneces eres nada y la oquedad abruma. Te preguntas sobre los distintos entornos que te han llevado a la parálisis, a desear otros horizontes. No has hallado nada que al amor se le parezca, o cualquier otro sentimiento. La materia impoluta es lo único que impera. Imposible que les atribuyas cualquier especie de culpa. No importa, más allá del reflejo del espejo existen las oportunidades con sus florilegios como anexos. Te piensas más allá del espejo. Te miras en el otro lado al mismo tiempo que pretendes hacer las veces de tu reflejo. Lo contemplas como el umbral hacia aquellas apetencias de lo que solías ser. No te queda más que saciar la expectativa de esperanza. Tu palma izquierda ahora embiste la superficie llana, fresca, idílica del espejo. Suavemente repites los movimientos, para enseguida volver a frisar esperando hundirte y cruzar ese pórtico que da hacia la orilla de la promesa. Así, una y otra vez, hasta el absurdo de jugar a ser el reflejo para distraer tu frustración. Qué eras de esta orilla siempre simulando ser el espectro del reflejo, pero que hoy no dejas de avistar el resquicio a esas dimensiones que te llaman.
Durante muchas fases y temporalidades, conocidas como las edades de Ferenor, era costumbre en la población Kirka la elaboración de un censo para la ejecución de aquellas actividades relacionadas con la deidad bélica de Barlzatch. Cada mozalbete tenía que integrarse a las campañas de Pilenor para demostrar su valentía, así como su lealtad a los principios y valores de la edad de Ferenor. Habiendo cumplido con esas obligaciones era reconocido como sujeto capaz y acreedor a una extensión de espacio físico el cual podía nombrar como suyo, mismo que era reconocido por los demás. Una vez que iniciara los trabajos de ignición en ese espacio corpóreo era entonces que se le llamaba "taecivo". Kirzatch había conseguido su taecivo, pero después de la última aurora no se le vio más. Él se encontraba aún en un letargo, lejos de la edad de Ferenor, extraviado entre visiones y sueños que posiblemente correspondían a otras edades remotas, en gestas épicas al lado de Barlzatch quien alcanzó la dominación de aquellos entes que fueron capaces de controlar distintas energías, incluso desconocidas, que les llevaría a elaborar arquetipos tecnológicos con los que serían capaces de abandonar esos espacios ocupados para buscar internarse en nuestras dimensiones. Así es, Kirzatch sigue perdido en aquellos eones, entre victorias de los kirkas y los terrores de los que se decían umhanos. Y que era de aquellos símbolos, runas y aprehensiones conceptuales que siguen retumbando en mis pensamientos. Así es como los entiendo.
El lápiz rodó sobre la mesa, la caída desde unos ciento veinte centímetros hacia el suelo fue lenta y delicada, hasta su inminente interrupción al chocar con la superficie, lo que ocasionó que el silencio fuese abruptamente distraído por un sonido que reverberó por las altas paredes del recinto acusando un eco prolongado. Su retozo y rodar fueron de una menor repercusión, suficiente para producir un ligero sonido que hacía las veces de acompañamiento armonioso al eco. El viento siguió levantando la hoja de papel por su punta superior izquierda, considerando que el viento hacía de las suyas revoloteando en una trayectoria de siniestra a diestra. Tarde o temprano el papel emprendería la huida a alguna parte de la habitación. Era imposible decodificar lo ahí escrito. Símbolos, garabatos, todos entrelazados entre sí, como una espiral ocupando cada uno de los espacios posibles. No había lugar para la nada, para la soledad, la ausencia, para el vacio. Quiso levantar el papiro y hacer un esfuerzo de comprensión, pero comenzaba a balbucear muchas cosas que su mente parecía preñar como conceptos rotundos. Insiste en que no consigue decir nada que pueda ser entendido por nosotros sus pares. No es capaz de controlar el habla así como tampoco alcanza a escribir o expresar, de esa forma que llamamos como lógica, aquello que sus luces absorbieron del manuscrito. Sólo puede repetirlo para sí mismo, basta con hacerlo una vez para que todo navegue en su mente y perdure por días enteros, según su turbada noción del tiempo. Una y otra vez. Apenas ha sido capaz de transmitir esta experiencia por medio del ensueño, consiguiendo introducirse en las simas de lo onírico de quien escribe todo esto. Confieso. Ese ha sido el dictado de las constantes imágenes, sucesos y sonidos que han trastornado mis sueños. Cuando duermo y comienzo a soñar no hay momento en que este conjunto de ilusiones irrumpa en mis propias ensoñaciones, apresurándome a cada momento de registrar por medio de la escritura todos esos sucesos. No he podido más que someterme a sus dictados. ¿Quién eres? ¿Quién eras? ¿de qué eres apresado? Érase que no era. No fueron tus voluntades y pensamientos, sino los de aquél que quedó cautivo por aquello situado más allá de las razones y los ensueños.
Despiertas, la luz oblicua perturba la oscuridad que te arrullaba. Te enderezas. Tomas el recipiente con la mano derecha, pretendes beber cada gota del líquido que contiene. El aire es escaso. Preguntas quién lo estará mitigando o dilapidando de ese modo. Replanteas la idea: quién o quiénes más estarán en el lugar que hacen reflejar ese menoscabo. Te recuestas. El sueño comienza a exigirte. Vuelves a cerrar los ojos queriendo encontrar sosiego en la oscuridad, evitas cualquier rastro de luz, la despejas con el simple movimiento de tu brazo. Demasiado tarde. El ensueño te envuelve mientras tu cuerpo vuelve a pedirte con apremio que tienes que jadear más aire. Entonces la sorpresa. Intempestivamente consigues levantarte, azorado por aquella sensación de haber olvidado lo trascendente, tareas inaplazables. El recuerdo llama a la testa. Ahora comprendes todo, sabes porque hace tanta falta el aire en esa habitación. Recreas la luz fijando tan sólo tú mirada y con ella asistes a su encuentro. Ahí están, ellos, que no dejan de atesorarte en tanto te asfixian halando la mayor cantidad de aire posible. Demasiado tarde. Lejos del espejo y de toda conjura caes en cuenta que no era la serenidad de tu lecho, sino era estar más allá de la vieja ὄνειρος, trasladado por la incansable succión de ellos.
Acechas, caminas, calculas. Todas las extensiones pretendes dominarlas. Era el dejo del empoderamiento, la potencialidad para dominar la materia. Pero las oleadas oníricas te han azorado, te recuerdan del espíritu, tocan los sentimientos más aguisados, rozan tu núcleo, tu explicación, tu esencia. Despiertas inconforme, reclamando lo que eres, fijando el terreno en el cual te gusta jugar. Pero, volteas la mirada y encuentras al que eras con todo y su dimensión espiritual. Estúpido. Has caído en cuenta que no has dominado nada, que la materia seguirá su curso tortuoso, sus ciclos metamórficos hasta la caducidad de su existencia. Perdiste de vista la inexistencia del espíritu, su infinitud, su expresión quimérica. Estúpido. No dejas de ser aquello que eras. Si. Con todas tus entelequias.
¿Recuerdas lo que era el ayer? ¿Retienes lo que eras? No te preocupes, los ensueños se han encargado de guiarnos por senderos y caminos sinuosos que trasladan al recuerdo. Por aquellos parajes que no tenemos presentes y que alguna vez condenamos al olvido, hacia aquel lugar en el que se pretende desechar el todo por ocultar. No obstante el silencio, la oscuridad y la vorágine, los ensueños se las arreglan con el galimatías completo. Era de tristezas, sentimientos fúnebres, lo puro, lo bondadoso, lo noble. Todo aquello que nos había causado dolores, penas, vergüenzas, cortedad, encogimiento, así como deshonra. El ensueño urde nuestro traslado por esos caminos durante las oscuridades posibles, porque también somos esa parte, esa pieza de nuestro espíritu. Que es para la construcción del espíritu los paseos de la ensoñación, hasta de aquellos viajes del no me acuerdo.
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